sábado, 26 de noviembre de 2016

SOLDADOS DE LA IDEA

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¡Camaradas de la vieja comunidad de lucha! ¡Cuán espléndidos pues fueron los tiempos! Eramos pocos, sólo muy pocos, pero entre nosotros no había ni uno que no perteneciera a nosotros con todo el corazón, con cuerpo y alma y en el que podíamos confiar incondicionalmente. Eramos una pequeña, pero juramentada comunidad de la acción, cuyos miembros individuales ni buscaban sobresalir ni brillar por ruidosidad o fanfarronada. Ninguno pensaba tampoco en jugar un rol, o hasta contaba con que temprano o tarde recibiría una recom¬pensa en forma de un buen puesto o de un cargo remunerativo. Por todas estas cosas no preguntábamos, nos eran del todo insustanciales y secundarias. ¿Y quién de nosotros preguntaba por rango y grado de servicio? Cada cual tenía una sola meta:  ser el mejor. Volved el recuerdo a la época tan difícil y, pese a todo, tan espléndida de la prohibición: sacábamos nuestra relegada chaqueta civil raída, y llevábamos cualquier clase de gorra. Ni un distintivo, ni estrellas, ni galón, y sin embargo, un apretón de manos, una mirada, y estábamos enterados. El peligro de perder el trabajo y el pan, el peligro de enfrentarse a la chusma roja en la calle y ser abatido, aún muerto a golpes, mantuvo alejado de nuestra comunidad todo lo que era cobarde, pequeño, mezquino y egoísta. A nosotros, en cambio, policía, juzgados, pérdida del trabajo y combates sostenidos en común nos ataban tanto más estrecha y firmemente los unos a los otros. 

Lo que padres y hermanos habían vivido afuera en las trincheras en cuando a grandeza de camaradería, esto nos fue deparado de la misma manera en la lucha por la Idea. A nosotros nos embargaba un amor, y éste se llamaba: Adolf Hitler y Alemania. Nos embargaba un odio, y ése se dirigía, contra todo aquello que estaba contra el Führer y contra Alemania. No odiábamos al hermano seducido que estaba contra nosotros, pero odiábamos a los seductores y su causa maldita.
¡Qué días felices eran aquellos! ¿Verdad? Nos volveremos viejos y grises, pasaremos por tiempos de bonanza o de penuria, pero, siempre relucirán nuestros ojos en dichoso recuerdo de este tiempo. A hijos y nietos les contaremos acerca de lo que alguna vez fue tan grande, tan hermoso, tan sublime que hubiéramos dejado la vida y la bienaventuranza por nuestra santa causa. ¡Por Dios! A veces hemos pasado hambre, durante días sin ninguna comida caliente, durante semanas frío glacial en miserable buhardilla, chicanas sin fin y la sonrisa burlonamente compasiva de los pequeños burgueses, pero cuando tú, camarada, pasabas hambre, u otro, entonces todos teníamos hambre, pero si uno tenía un pan, entonces cada cual tenía pan, si tenías algo para beber, ninguno de nosotros necesitaba estar sediento. Eramos uno en todo.
Y después vino el Día, un Día que transformó en realidad lo que con ardiente fe habíamos cantado tantas veces:

"Pronto flamearán banderas de Hitler sobre todas las calles...”
Si hasta este día de la Victoria a los que estaban fuera de nuestras filas les había resultado fácil mantenerse alejados de nosotros, ahora pasa lo contrario. Ahora ninguno quería ya correr el riesgo de no pertenecer a nosotros, los portadores del Reich. Se inició una pleamar de nuevos ingresos, vinieron personas que aún ayer se habían burlado de nosotros, nos habían injuriado y escarnecido. Vinieron en especial de las filas de los burgueses que hacen negocios.
Camarada, te comprendo, que entonces el adversario honesto y consecuente que también después de la victoria de la Idea se mantuvo apartado te era preferi¬ble a los señores que se vanaglorian ruidosamente en la camisa parda y que nosotros con razón bautizamos “los de siempre". Camarada, tú sentiste muy hondamente que había sido el peligro que nos amenazaba conjuntamente lo que nos unía tan íntimamente. Ahora que el peligro había pasado temías que los muchos, los demasiados, podrían aguar nuestro espíritu. Recelabas que el mal espíritu del momento podría dañar el espíritu de nuestro Frente, que el modo clamoroso de los nuevos podría profanar e imponerse a la profundidad de nuestro sentir común y al sacrificio silencioso.*.
¡Camarada! ¡Cuán bien se puede comprender esto! Pero quizás el destino quiso  poner a máxima prueba vuestra comunidad combativa y el espíritu de esta comunidad exponiéndolos al peligro de una dilución, y trivialización. Yo sé que no seréis vencidos, porque lo que se mantuvo tan grande en época de lucha circundada de muerte también se mantendrá en honores después de que el puño perdió su derecho y el triunfo de la Idea nos puso ante nuevos cometidos, que no pueden ser solucionados con la fuerza bruta.
Vosotros no os volveréis triviales, porque la lucha ós significa una ley interior, porque expresa una necesidad vital. Queréis, para hablar con Nietzsche, "vivir peligrosamente", como os lo manda la voz de vuestra Sangre., "¿Pero es que aún hoy, así preguntaréis, se puede ser el combatiente de antaño? " ¡Sí y no! . No, si como vuestra misión de lucha entendéis meramente el puño de ayer; pero sí, cuando vosotros, reconociendo las señales del tiempo, basándoos en los conocimientos de vuestra visión del mundo nacionalsocialista, os orientáis única y exclusivamente a librar la lucha con las armas del espíritu contra los adversarios camuflados del Nuevo Reich, los "obscurantistas de nuestro tiempo”. No, no es que habéis de transformaros en profesores, que predican sabiduría catedrática y chorrean erudición. Vosotros sabéis mejor que todos que el nacionalsocialismo no es un asunto del intelecto que se gasta en sutilezas y en sabiduría altisonante, sino asunto del corazón. Que para vosotros siempre lo ha sido, lo habéis probado con vuestra entrega y sacrificio. Y así no debéis tampoco llevar ahora la lucha contra los eternamente de ayer y los de frente estrecha con los fulgurantes diálogos del intelecto, sino que vuestra gran misión es la de evolucionar del portador de la fe al anunciador de la fe, porque esto es ley de vuestro corazón. Habéis de ser los eternamente despiertos, los eternamente dispuestos, los eternamente voluntarios de la Nación.
Tal deber exige de vosotros que os identificáis profunda y cada vez más profundamente con el sagrado acervo de fe de la concepción del mundo nacionalsocialista, que las raíces de vuestro ser estén adheridas cada vez más firmemente e íntimamente a ella. Y si esto es así, habéis de ser los sacerdotes fanáticos de la Idea, los soldados de la Idea.
¿Soldados? Sí, pues! Porque condición de soldado no significa otra cosa que empeño hasta lo último y extremo! Así habéis de responder por la Idea en la vida y en la muerte, porque vuestro pardo hábito de honor os ennoblece para el derecho y el deber de máxima entrega.
Con tesón y tenacidad los obscurantistas de nuestro tiempo están en la obra de socavar el Movimiento, de analizar y refutar parte por parte, "científicamente", la Idea; aparecen con todos los camuflajes posibles e imposibles, ya sea con la máscara hipócrita de asociaciones religiosas o de clubes de señores cultivadores de la tradición; en todas partes intentan adulterar y diluir lo que es tan grande y sublime. Vosotros los conocéis a todos y sabéis acerca de su miserable ruindad. Cual ratas zapadoras están en la tarea para socavar la construcción creciente del Reich y roer el fundamento de la Idea sobre la cual se cimenta el Reich!
Camaradas, vosotros conocéis estos obscurantistas del campo de la francmasonería, del judaísmo, del Centro católico y evangélico, vosotros conocéis los eternamente de ayer del campo de la reacción, conocéis los burgueses que hacen negocios, que anteriormente levantaban ambos brazos y hoy apenas suben una mano tímidamente en ángulo.
¡Camaradas! A estos adversarios hay que reconocerlos y levantar contra ellos el terraplén de la férrea comunidad de lucha. Entonces pueden estrellarse los cráneos contra él. Porque vosotros sabéis: ¡Dondequiera que la SA se presenta, debe presentarse como vencedora! Y así ha de ser y seguir siendo.

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