martes, 10 de enero de 2017

RAZA ,UN CONCEPTO REVOLUCIONARIO, PARTE 1ª


Las naciones quedan pequeñas. La aceleración histórica ha hecho que los acontecimientos que antaño necesitaban de doscientos, trescientos o quinientos años para realizarse, hoy no necesiten más de cincuenta o diez años. Las cosas cambian en cuestión de años, cuando antes necesitaban de generaciones enteras. El avance técnico y científico, los medios de comunicación y la velocidad, la civilización en suma  que nada  tiene que ver con la cultura , nos obligan a ser espectadores y actores de la gran película del universo que acontece ante nosotros vertiginosamente.
Hace apenas cuarenta años, la nación era considerada la entidad social superior del ser humano, y nada ni nadie podía atreverse a negar esta realidad o dudar de este aserto, principalmente porque así era.
Pero los acontecimientos de éste último siglo han conseguido que la mentalidad del hombre occidental cambie lenta pero inexorablemente. La II Guerra Mundial fue un paso decisivo. La unión de las diversas naciones europeas en una lucha común en el Este, confirmó lo que ya muchos habían advertido: Europa era la nueva nación del siglo XXI y quizá, de haber vencido, también del XX.
Lo que estaba en juego no eran los intereses de Alemania o Inglaterra de Francia o Italia, de Rusia o Norteamérica. Era el ser o no ser de Europa entera. O se luchaba en profunda unión o Europa desaparecía.
España y todas las actuales naciones son un simple elemento más de esa Gran Europa que se bate por subsistir. Cada una de ellas tiene la importancia que pueden tener los motores de un gran avión multirreactor, si uno de sus motores falla o incluso revienta, el aparato puede seguir en vuelo, pero de nada sirve que uno de los motores se mantengan en perfecto estado, si el resto fallan; el aparato se hundirá inevitablemente en el espacio, aquel motor inmaculado desaparecerá en la catástrofe del conjunto.
Pero ya durante la primera mitad de este siglo, filósofos, pensadores, biólogos y científicos, dieron con la "verdad definitiva". Mientras la vieja idea nacional, se transformaba en esa Nueva Idea llamada Europa; en plena evolución se vislumbró que, de hecho no era Europa, un continente peninsular, limítrofe al Este con Asia y al Norte, Sur y Oeste con el Océano. Sino el elemento racial que componía su población lo que le daba cuerpo. Ya Napoleón empezó a presentir esta idea al decir: "Sólo reconozco dos naciones: “Oriente y Occidente". Se estaba llegando al punto culminante, al revolucionario concepto que será eje de la lucha mundial para el siglo XXI: la Raza.
Así, en menos de 100 años se ha pasado del atomismo de minúsculos estados monárquicos reducidos, a la unidad nacional como  ente superior y a la unión cultural europea que nos reveló el Nacionalsocialismo. Terminó la II Guerra Mundial, y apoyados en conceptos también revelados con la revolución del pensamiento que trajo Hitler; los pensadores, ideólogos, científicos e historiadores que se han visto libres de la batuta general que rige hoy la inteligencia humana, partiendo de aquella nueva idea que representaba el nacionalismo europeo, evolucionaron e investigaron hasta descubrir lo que fundamentaba esa unidad europea: el Nacionalismo Blanco. La unidad mundial de las razas, dentro de sus grandes macrorazas.
De las cuatro unidades o conceptos fundamentales que hoy aceptamos como válidos: unidad étnica o regional, unidad nacional, unidad cultura] europea, y unidad racial blanca. Sólo dos son perdurables: unidad étnica y unidad racial. La primera, unidad étnica, es la base fundamental de las demás unidades, la cohesión existente entre los miembros de dicha comunidad por sus lazos de sangre, convivencia en el mismo suelo, lengua y cultura, son el principio y reflejo de la unidad racial. La segunda, la unidad nacional, podía tener, según casos, cierta coherencia en cuanto unidad lingüística o cultural, pero de todas era la menos acertada, los errores flagrantes cometidos en nombre de una unidad geográfica, que era la menos importante, y que se llevaba a cabo mediante enlaces matrimoniales o contratos monárquicos, traicionaron en gran medida las unidades étnicas fundamentales, como ocurrió con la Cataluña francesa o el Rosellón, que fueron separados del tronco por convenios, o la nacionalidad alemana de gerencia en Prusia, que hería a Baviera o Schleswig Holstein por ejemplo, o el caso clarísimo de Austria, tantas veces anexionada, dividida, convertida en imperio y nuevamente arrojada a su suerte, Cuando su población nada tenía que ver en estos trueques. La tercera, unidad europea, es sin duda la mejor y más exacta de las unidades, que apenas empezó a ponerse en práctica, cuando la joven unidad se vio truncada y nuevamente atomizada en nacionalismo cerrados. La unidad racial de Europa, su unidad cultural y tradicional, un mismo suelo y problemas y soluciones comunes, la hacen como la unidad que en el futuro habrá de constituir a todos los pueblos europeos en supremacía. El respeto y protección de las primeras unidades étnicas, no por compromisos históricos o geográficos, sino por unidad de caractéres y lazos de consanguinidad serán su base. Por último, la unidad racial, es la unidad por excelencia. Ya cuando la unidad europea estaba desarrollándose, se pensó en que un australiano, un argentino, rodesiano o canadiense, tenían igual cultura y tronco racial común al de la población habitante de la vieja Europa. Por ello, en el futuro la unidad definitiva deberá ser la racial, todos los nacionalismos deberán ser sustituidos e incluidos en el Nacionalismo Blanco. Conservando las unidades étnicas por un lado, y quizá las culturales como Europa. Pues si bien un norteamericano o surafricano son de cultura europea y colonias raciales de la antigua Europa. Hoy debiera ser considerado Europa, todo aquello que habita la raza blanca. Pero para evitar mayores confusiones nominales, dispondremos por un lado la unidad europea y por otro la racial blanca. Formando la vieja Europa la base cultural de las demás naciones, que de momento todavía no poseen la riqueza que han dado las poblaciones del viejo continente, bien por falta de una base sana, por lo joven de su existencia o por lo desviado de sus inclinaciones por elementos ajenos a nuestra raza, como es el caso de Norteamérica
En definitiva, la máxima unidad operativa, por así decirlo, será la de los pueblos arios del mundo entero. Todos ellos descendientes de los pueblos "indogermánicos" de la que forman parte los pueblos de tronco germano, cual son holandeses, ingleses, alemanes, nórdicos o norteamericano; los pueblos eslavos de la que forman parte los rusos blancos, grandes rusos, ucranianos, pueblos bálticos, y poblaciones de la Europa oriental; y los pueblos celtas, griegos y romanos, de la que forman parte españoles, italianos, franceses, griegos y parte oriental sureña de Europa.
Sin lugar a dudas, y pese a quien pese, las actuales fronteras nacionales desaparecerán. No vilipendiadas, sino que pasarán a la historia de nuestra cultura, y serán aprovechadas en lo que valgan. Existirá Castilla y la épica nobleza de sus caballeros y tradiciones y su gallardía, existirá Cataluña, unida al fin en todo su contexto, y su espíritu poético, trabajador y emprendedor, existirá Vascongadas y su fortaleza y sano espíritu de competición, existirán Baviera y Escocia, Normandía e Irlanda, Sajonia y Ucrania, Croacia y todas las regiones, lands o comarcas cuya tradición, cultura y unión étnica les dé la suficiente fortaleza para no perecer. Todos ellos unidos en el ente superior que es Europa, a pueblos de igual cultura corresponde una patria común, y a pueblos de igual raza, corresponde una unidad de acción y pensamiento comunes.
Inglaterra dejará de ser enconado enemigo ningún levantino, extremeño o andaluz de España y esta a su vez de Francia, que tampoco será irreconciliable con Alemania o Italia, y la Gran Rusia se unirá a los pueblos de nuestra misma raza, Porque Europa debe sobrevivir, y la idea de una Europa unida debe hacerse, o desaparecerá. No una unión filistea de igual tema económico o mercados supuestamente comunes. Sino de culturas comunes, espíritus movidos por la misma sangre.
Es un hecho incontestable el que todo hombre blanco, ya sea manchego o tejano escocés o vasco, prusiano o de la Bucovina, sienten de igual forma; su cultura y arte no tienen fronteras y hablan un idioma común, tan sólo aquellas que les impone la raza. El David de Miguel Angel y una sinfonía de Beethoven elevan a lo mismo, a un hombre que viva en Sydney y a otro de Ciudad del Cabo mientras ambos sean arios. No importa la nacionalidad, ni el idioma o los miles de kilómetros que los separen.
Se ha pretendido, y parece ser una creencia extendida, que el castellano y gran parte de las regiones ocupadas en su día por las tropas de invasión musulmana, tienen una gran influencia semítica y mezcla racial con moros, árabes y judíos. Al margen de los estudios serios existentes que niegan este bulo, o de la lectura de los contemporáneos de la invasión musulmana, donde se nos revela el gran orgullo racial existente entre la población aria, que prefería mantenerse al margen de los ocupantes. Existe una prueba clara, quizá la mejor de este error. Y es el orgullo de no ser judío o moro que se puede encontrar entre la población de la inmensa mayoría de la Península. Que a ningún levantino, extremeño o andaluz se le pretenda convencer de que piensa y es de la misma raza cualquiera los habitantes del Norte de Africa o países arabes. Incluso el más inculto retirado de sus habitantes de cualquier pueblo sureño, sabrá discernir por su for¬ma de ser, comportamiento o sentimien¬tos personales entre un marroquí o judío y un hombre blanco. Cualquiera de los primeros sería capaz de desmontar la mejor escultura de Juan de Avalos, Joseph Clará o Arno Breker para utilizarla como muro de contención de dunas o cimentación de su casa. Y quien de los segundos por muy de Jabugo, Lepe o Sierra Morena que sea no se emocionará al escuchar los compases del "Noche de Paz" navideño, compuesto por otro europeo que vivió a dos mil kilómetros de distancia, perdido en las montañas de Baviera?.
Por ello, frente a la lucha de ideologías, de formas externas diversas; nosotros oponemos la unidad racial. No importa que hoy se hundan entre sí comunistas y demócratas, derechistas e izquierdistas; pues mañana cuando todos ellos estén rodeados de pigmeos o bantús, de moros o chinos, de darán el mejor de los abrazos y lucharán en un mismo frente para defender su común raza u cultura. ¿Estarán a tiempo?.

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