jueves, 9 de febrero de 2017

LA ASIGNATURA PENDIENTE DE CASTILLA



Texto enviado por un camarada castellano NS en la línea de distinguir entre ‘nacionalismo’ y nacional socialismo. El NS apoya totalmente las diferencias y respeta las culturas diversas, pero supera los separatismos en base a la voluntad Revolucionaria socialista común, mientras, el nacionalismo imperialista desea oprimir a los diferentes y hace de la identidad una tiranía.

Quien más, quien menos, todos tenemos a lo largo de nuestra vida casi siempre en la juventud, algo mal hecho o mal interpretado, o mal aprendido que nos afecta en nuestra conducta y en nuestras apreciaciones y que vuelve sobre y contra nosotros inexorablemente  y a veces condiciona muy negativamente nuestro entendimiento y nuestra voluntad. O algo que debimos haber hecho y no pudimos o no quisimos o no nos dejaron hacerlo, conduciéndonos por  otros erróneos caminos. A esto solemos llamarlo “asignatura pendiente”. Pero no sólo los individuos, también los pueblos tienen “asignaturas pendientes”.
Los castellanos tienen planteado y no resuelto, desde hace aproximadamente tres siglos, un grave problema de índole histórico-psicológico que ha incidido seriamente en la política del Estado español hasta nuestros días.
La causa de este problema no radicó en su día en ellos mismos, sino en las instituciones políticas que los avatares de la historia les depararon. Fueron los castellanos conducidos por sus clases dirigentes (que ciertamente en la mayoría de los casos no eran castellanas) por falsos caminos de interpretación de la historia y de la misión de Castilla en la misma y cuando los castellanos quisieron ser ellos mismos no pudieron porque no les dejaron. Pero cuando pudieron, no quisieron porque sus mentes estaban ya esclerotizadas por un largo y planificado tratamiento de intoxicación, es decir, por un verdadero “lavado de cerebro”.
El problema de los castellanos es que les han hecho perder su memoria histórica y que por ello han dejado de ser ellos mismos para convertirse en otra cosa. En otras palabras, han sufrido una verdadera psicosis política. Esta psicosis se caracteriza porque oculta al castellano su verdadera personalidad y la sustituye por otra falsa y paranoica que se llama españolismo, lo que dicho de otra forma significa que los castellanos han dejado de ser castellanos para convertirse pura y simplemente en españoles, o lo que es peor, en paradigma de lo español, sin advertir que “lo español” es algo culturalmente vacío totalmente de contenido si no se expresa a través de un adjetivo: español castellano, español gallego, español asturiano, español catalán, español vasco, etc.
Los castellanos sienten, de tarde en tarde, un vago regionalismo más identificado con su municipio que con el resto de sus paisanos y que la mayor parte de las veces es literario-triunfalista, avivado por los politiquillos de turno para usos electorales, pero nada más, porque lo que a ellos verdaderamente les gusta oír es aquello de ¡España, Una, Grande y Libre! y que ellos son la esencia de España y que ellos hicieron España y que ellos tienen la misión de salvar a España (no sabemos muy bien de qué) y sin que nadie se pare a pensar que diantres es España.
Que los castellanos han perdido su memoria histórica y que, incluso, parece no importarles lo más mínimo, lo demuestra el hecho de que han dejado que su milenario país haya sido despedazado en cinco trozos sin resistencia digna de tal nombre. No, lo que a ellos les preocupa y hasta les indigna, es que otros hayan alcanzado cierto grado de autonomía, bastante tímida, por cierto. Protestas e insultos contra catalanes y vascos, a montones, pero en lo que a ellos respecta, en lo que afecta a su desgarrada, empobrecida y envejecida patria castellana, alguna comentario en la prensa local, algún grupúsculo de castellanistas sin eco alguno, pero nada más.
Por eso, el hecho de que los castellanos se hayan transformado por efecto de una extraña alquimia político-sociológica en solamente españoles es algo tan obvio que no necesita probarse más. Pero lo malo de este asunto es que este sentimiento de lo español es exclusivista y centrípeto y sostiene “a paso honroso” que todo el que no piense, sienta y hable con él o no es español o traiciona a España y por lo tanto merece la exclusión, la condena y la represión incluso con la guerra. El hecho evidente de la antipática irracional y visceral que los castellanos sienten por todo lo que contradiga o ponga en duda sus peculiares conceptos sobre lo que es España, queda continuamente de manifiesto para cualquier observador imparcial, desde los esporádicos comentarios de la prensa provinciana hasta las simples conversaciones domesticas, las tertulias de bar o la charla callejera y se extrema hasta delirios paranoicos en las exaltaciones futboleras, máxima expresión de la pasión política de los castellanos (y de otros, desde luego) aunque los castellanos parecen reducir sus reivindicaciones a la tarde de los domingos en los estadios, permaneciendo mudos el resto de la semana en lo que a sus verdaderos problemas concierne.
Y esta actitud de los castellanos es la que ha producido como contrapartida la reacción de otros pueblos de España, es decir, el llamado “separatismo”, que es, pues, el efecto de una causa y no al revés. Que España no es una, sino plural, hecho por otra parte tan evidente, es algo que no parece entrarles en la cabeza a estas, por otros tantos motivos buenas gentes de Castilla, que de ser otrora llamada “la gentil” parece a veces merecerse el apelativo machadiano de “atónitos”, dicho esto sin animo de herir susceptibilidades y con todo el cariño hacia la patria del Cid, porque bien es verdad que “la madre ayer fecunda en grandes capitanes, madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes”, pero ajenos de culpa porque han sido sus clases dirigentes las responsables de esta situación, clases dirigentes y dinastías bien ajenas a la verdadera tradición comunera de Castilla e incluso a sus raíces étnicas.
Pero los hechos son evidentes: parece que porque los castellanos han perdido su memoria histórica, en lugar de tratar de recuperarla, quieren simplemente que los demás también la pierdan y se conviertan como ellos en pura y simplemente españoles. Es como si una persona enferma, en lugar de procurar curarse pretenda que los demás enfermen también. Y esto no tiene porqué ser así, porque no es justo. 
Es decisivo que el castellano entienda esto: que España es sólo un territorio y no una religión ni una mística; que este territorio está poblado por varios pueblos, Castilla entre ellos, y cuando entiendan esto, podrá empezar de verdad la reconstrucción de una nueva patria común donde “nadie es más que nadie”.
Castilla debe, pues, con urgencia y sin reservas, recuperar sus raíces, releer y reaprender su historia, conocer sus antiguas y admirables instituciones y restaurarlas y volver así a recuperar su identidad pérdida para formar con todos los demás españoles el proyecto común y solidario de una nueva patria popular, socialista y federal.
Y es misión de los militantes en el nuevo movimiento nacionalsocialista colaborar en que Castilla recupere su identidad especifica, se ocupe de sus verdaderos problemas y acepte como un hecho natural que es una nación entre las otras naciones de España.
Los nacionalsocialistas tenemos que tener una ideología básica muy clara. No debe importarnos lo que los demás, más o menos afines a nosotros, piensen sobre esto. Los nacionalsocialistas confesos no podemos tener contradicciones doctrinales y esta del “españolismo a ultranza” lo es. Lo básico de nuestro movimiento es, primero el socialismo y paralelamente el diferencialismo cultural y étnico que se manifiesta a través de cada nación, teniendo en cuenta que nuestro concepto de nación no es el de “Estado-nación” inventado por los ilustrados del siglo XVIII e implantado a sangre y fuego por los jacobinos de la nefasta Revolución francesa, concepto que siguen paradójicamente los que dicen combatir al liberalismo decimonónico. Nuestro concepto de nación no es político, sino biológico y voluntarista. El Estado no es la nación. La nación es una realidad étnica y cultural que se afirma y distingue por la voluntad de sus componentes y que puede tener su propio Estado o bien federarse con otras naciones en un Estado plurinacional, como es el caso de España, de Francia, de Gran Bretaña y de casi todos los estados europeos. Y nuestro proyecto es confederar a todos estos estados en un Imperio Europeo. Por esta razón, no pretendemos fomentar los nacionalismos exclusivistas creando un hormiguero de microestados. No. Las doctrinas nacionalistas entienden que debe haber un Estado para cada nación. Nosotros entendemos que debe haber un Estado que confedere a todas las naciones europeas. Hay que entender que nosotros, en realidad, no somos nacionalistas. En nuestra definición, la palabra nacional es adjetivo mientras que la palabra socialista es sustantivo. Nuestro socialismo es nacional en el sentido étnico para diferenciarlo de otros socialismos de clase o estado, es decir, del socialismo internacionalista de base marxista que repudiamos absolutamente.
Por estas razones, nosotros los nacionalsocialistas queremos que se reconozca la realidad plurinacional de los estados europeos, pero no pretendemos destruir esos estados, sino su centralismo y su insolidaridad. Para ello favorecemos la reestructuración de esos estados en forma federal, lo que reconoce a las naciones, pero mantiene entre ellas un nexo superior que evita veleidades “nacionalistas” de las que limitan sus perspectivas a mirarse el ombligo. Pero no  podemos mantener la estructura de los actuales estados que no reconocen los derechos de los pueblos y al mismo tiempo se enfrentan entre sí en lucha por los intereses de sus clases dominantes, hoy exclusivamente banqueros, mercaderes y financieros.
Así pues, reivindicamos los derechos de Cataluña, de Castilla, de Bretaña o de Córcega, a que se reconozca su nacionalidad, pero no podemos apoyar que Castilla, Cataluña, Córcega o Bretaña se constituyen en estados independientes. Esto es el “nacionalismo pequeño burgués” que no podemos admitir. Estas son las pequeñas parcelas de poder que pretenden algunos insolidarios nacionalistas de cortas miras que, además, jamás podrían ser verdaderamente independientes en su pequeñez y en la insignificancia de su poder económico y militar. Por eso nuestra propuesta es, primero la unión de las naciones histórica y étnicamente afines en estados federales y después, la unión de esos estados en una Confederación: El Imperio Europeo.
Recapitulando: Es necesario que los nacionalsocialistas lleguemos a acuerdos básicos, no sólo ideológicos, sino también tácticos. Por ejemplo, desde Castilla deben los nacionalsocialistas abstenerse de atacar el sentir nacional de catalanes y vascos, pero pueden y deben atacar el presudonacionalismo de las burguesías plutocráticas que se arrogan la representación del sentir auténticamente popular junto con los radicales de un populismo marxistoide. Por el contrario, se debe apoyar desde Castilla el legitimo catalanismo o vasquismo o cualquier otro patriotismo europeo en sus raíces populares y esencias étnicas. Por eso los castellanos deben admitir que el “nacionalismo” español no es la respuesta. Pero tampoco es la respuesta el enfrentamiento de nuestras comunidades. 
Por ejemplo: no es justo (ni práctico) decir que Castilla exige sus derechos frente a la insolidaridad de otras “regiones” (como Cataluña o Vasconia), porque esta llamada “insolidaridad” no es más que la preocupación que los vascos y catalanes tienen por sus problemas y el interés que ponen en ocuparse de sus asuntos que es lo que deberían hacer los castellanos porque todos lo pueblos tienen en realidad el mismo enemigo: La plutocracia sionista. Así pues, un correcto castellanismo desde posiciones nacionalsocialistas, debe exigir los derechos de Castilla no “frente a” sino “junto con” los de las otras naciones de España y contra el enemigo común: el parásito explotador y señor del dinero que todos conocemos.
En nuestro mundo nacionalsocialista los camaradas vascos y catalanes se sienten muchas veces molestos con razón por esa actitud antipática de los castellanos hacia sus lenguas, sus banderas y sus reivindicaciones nacionales absolutamente legitimas. Los castellanos del ámbito ideológico NS deben superar ese “nacionalismo español” de origen, paradójicamente liberal, decimonónico, cortesano-borbónico y francés-jacobino. España es plural como lo era en la época de su mayor esplendor, el Siglo de Oro, mientras que el centralismo ha yugulado la libertad de los pueblos, nivelándolos al servicio de intereses dinásticos sin consideración alguna a las peculiaridades y ámbitos del desarrollo natural de las diversas comunidades. España, como entidad unitaria no ha sido otra cosa, desde la segunda mitad del siglo XVII, más que un árbol muerto, una especie de sultanato magrebí, apartado de la historia europea, porque el aparente resurgimiento español del régimen de Franco, basado en la represión, el turismo, la emigración, la sumisión al imperialismo yanqui y la capitalización extranjera, no fue otra cosa que la restauración de la mediocridad burguesa, clerical y caciquil, adornada “para mayor escarnio con el acompañamiento coreográfico de las camisas azules”, como ya previó el malogrado José Antonio. Otra cosa muy distinta hubiera sucedido si la monarquía española, con un ejercito común, hubiera dejado en libertad el desarrollo económico, cultural y comercial de sus diversas naciones.
Ahora bien, esto no quiere decir que defendamos, ni mucho menos, el actual “Estado de las Autonomías”. En primer lugar, porque es pretender remendar un roto con un descosido. No se trata, como se ha hecho, de restaurar las taifas moriscas con una mentalidad de mercaderes de alfombras. Y en segundo lugar, porque las “autonomías” no responden a las realidades histórico-etnicas de algunos pueblos a quienes no se ha respetado su identidad y territorialidad. No se trata de dar “café para todos” con el pretexto de contentar a determinados intereses de las burguesías vasca o catalana. No se ha contando para nada con la voluntad de los pueblos. Han sido los politicastros los que se han repartido el pastel. Y Castilla ha sido la más perjudicada y la menos respetada en su territorio, personalidad e intereses, partiéndola en cinco trozos, juntando uno con el Reino de León, otro con el Reino de Toledo (el invento demencial de Castilla La Mancha) y dejando a las viejas “Comunidades de Villa y Tierra” de Madrid, de Cantabria y de Rioja, castellanas las tres hasta la medula, como pequeños principados en el Protectorado de Sefarad.
Se hace, pues, necesaria lo que yo llamo “La Restitución de las Españas” y aquí Castilla tiene algo que decir, porque es una de las Españas, no España, sino una de sus naciones, las cuales, juntas pero no revueltas, tienen por delante el nuevo proyecto común de un Estado federal.
Por todo esto, los castellanos tiene que asumir el reto de recuperar su historia y su personalidad, dejando ya de plantearse misiones místicas de salvapatrias y españolazos. Castilla es Castilla y no otra cosa. Más nos valdría a todos, Castilla la primera, que los castellanos en lugar de ocuparse de la casa del vecino, murmurando y criticando de y contra vascos y catalanes, dejaran a estos resolver sus negocios y se preocuparan, por una vez, de su propia casa, desierta, en ruinas y expoliada por sus propios políticos.
Resumiendo: Como muy bien ha escrito un camarada recientemente “no se puede ser alternativo al Sistema y a la vez creer que el tema vasco se limita a una cuestión de policía y represión. Resulta que muchos autodenominados “nacional-revolucionarios” creen aun que el “orden” del Sistema es nuestro orden. Los de ETA pueden ser unos criminales, pero el nacionalismo vasco es un hecho popular que los sustenta porque no ha sido canalizado por otros caminos. Mientras el nacionalismo revolucionario (y castellano) sea reaccionario al tratar a los vascos, el nacionalismo vasco radical tendrá sólo una salida que es ETA. Para acabar con ETA hay  que acabar con su base, es decir, no hay que oprimir el nacionalismo vasco sino dar al pueblo vasco su salida natural y luego, LUEGO, acabar con ETA mediante la horca. Pero una horca “vasca”.
Luchemos, pues, por los derechos de los pueblos de España, reconociendo que son varios y que Castilla es uno de ellos, con una nacionalidad basada en una historia más que milenaria, desde el “pequeño rincón” del Poema de Fernan González hasta el poderoso Reino que se extiende desde el Cantábrico a la Alcarria. Castilla, una nación definida con absoluta claridad por su lengua, por sus instituciones, por su psicología y por su etnia, a pesar de los enrevesados conceptos de los poetas y literatos metidos a historiadores, confundiendo a Castilla con León o con Toledo y La Mancha y dejando de llamar Castilla a Cantabria y Rioja, la cuna de su lengua, de sus condes y de sus libertades comuneras. Castilla, nación en sí misma, ni más ni menos, ni mejor ni peor, pero nación que debe ser reencontrada, reasumida, reconquistada y reivindicada por los propios castellanos. Estudien y recuperen los castellanos su “asignatura pendiente” y defiendan su nación con tanta fuerza como los catalanes y vascos defienden las suyas, pero no unos frente a otros, sino unidos en un frente coriáceo contra el enemigo común, porque España es una “Summa Política”, una gran familia de pueblos hermanos cuyo insoslayable destino es contribuir a la articulación de una nueva Europa. Castilla por España con este lema: Estado Federal, Conciencia Racial, Justicia Social. 
En una frase: Castellano, haz de Castilla una nación de esta España, popular hasta la entraña y socialista, ¡así sea!

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