miércoles, 17 de mayo de 2017

MILICIAS CONCEJILES DE CASTILLA, LOS CAMPESINOS GUERREROS.




La historia nos demuestra a cada paso, qué la misma se vincula a la condición y momento social en el que se desarrolla. Así pues el tema que trataremos a continuación, no podría entenderse de otro modo mas que en el ámbito de una Hispania invadida por los árabes. Y que a su vez era heredera directa de un importante conjunto de tradiciones sociales germánicas, fruto de la invasión y asentamiento de los visigodos.
El gran Menéndez Pidal, ya escribió sustanciosamente sobre toda la edad media hispánica, especialmente sobre Castilla. Atribuyéndola un espíritu germánico desde su simiente, fruto de la herencia de los viejos godos, que se materializo en los nuevos godos que la dieron forma.
Una de esas tradiciones sociales, que solo se dieron en las tierras de Castilla y Leon, fueron las conocidas como Milicias concejiles.
El deber general de servir con las armas, común a todos los súbditos, fue recordado por Bermudo II aludiendo a las leyes de Wamba. Repetido en el Fuero de León (1020) y aceptado como obligación o precepto.
Es decir, mientras la casi totalidad de Europa sucumbía en regímenes feudales. Que separaban por ley al campesino del noble, y a los mismos de los caballeros o infantería profesional. En la España cristiana de los reinos de Castilla y Leon, los nobles y reyes ponían a los campesinos al servicio del ejercito. Y es que en la Castilla de los siglos IX al XI, el campesino gozaba de un regimen de semi libertad. Regimen que le permitia trabajar la tierra de su señor, a la vez que portar armas y participar en incursiones de saqueo en las fronteras enemigas.
Incursiones de saqueo a las que el campesino libre de Castilla, tenia derecho de pertenencias. Es decir, el noble o rey dejaba que los milicianos al saquear nuevas tierras, se quedaran con el botin; grano, cerdos, vacas, armas, ropas, oro, joyas... Los grandes señores unicamente estaban interesados en las tierras. Tierras que a su vez eran entregadas a los campesinos, para que estos las trabajaran y protegieran a cambio de un sistema de semi propiedad compartida.
Eso fueron las milicias de los concejos. Grupos de campesinos armados cada uno como podía, defendiendo una tierra fronteriza que les daba sustento. Alentados en no pocas ocasiones por los nobles y reyes, para que desgastaran al enemigo con incursiones bajo la promesa del saqueo.
El origen de las mismas, tendríamos que buscarlo según Raimundo Menghello, doctor de estudios medievales de la universidad de Salamanca. En los grupos armados germanos previos a las grandes invasiones de los siglos IV y V. Por tradición los hombres libres debían acudir a la guerra ante el llamado de su rey.
Tradición ésta, que llegó a España con los visigodos, y que sobreviviría como otras tantas tradiciones cuando los nobles del norte se asentaron en Hispania.
Sociologicamente, los nobles seguían siendo nobles pertenecientes a grandes familias. Pero el pueblo, precisamente por esa tradición germánica de hombres semilibres. No era esclavo de la nobleza, pudiendo llegado el caso a ser hombres nobles, por cargos o títulos de guerra. Portando nomenclaturas tales como “caballero villanos”. Es decir; caballeros que no pertenecían a la sangre noble, pero que ostentaban los títulos y armas por meritos de contienda contra enemigos.
Paradójicamente, encontraremos un paralelismo de las milicias concejiles, con la sociedad escandinava de los siglos IIX y IX. Sociedades donde hombres libres podían portar armas, uniéndose sí así lo deseaban a incursiones de saqueo con el afán de conseguir tierras, y riquezas. Tradiciones a su vez que se remontarían a las viejas gefolges germánicas, las cuales por el aislamiento de Escandinavia, tampoco sucumbieron en esos tiempos, a la Europa feudal.
La autonomía que disponían las milicias concejiles en Castilla, era de una total y absoluta libertad. Según nos cuenta el propio Raimundo Menghello, las milicias acudían al campo de batalla portando sus propios estandartes, armas, mandos de guerra, y formaciones militares. Dándose la paradoja de ver campesinos mal armados (noveles), al lado de auténticos caballeros o guerreros bien armados (veteranos), formando en la misma línea de escudos. Lo que nos da a entender, que realmente las milicias no obedecían a una estructura militar, como si lo hacían los ejércitos reales, mercenarios o tropas profesionales. Sino que cada cual arrendaba lo que podía, y sobrevivía como podía. Realmente algo muy “vikingo”, ya que sus ejércitos tampoco obedecían a ningún rigor uniformado, siendo al igual que los milicianos, hombres que vivían del saqueo, y que habían obtenido sus armas, precisamente fruto del ataque y saqueo de tierras fronterizas. Unos por el mar, los otros por las sierras y valles de esa Castilla condal.



La guerra contra los musulmanes en la Península, junto con los necesarios privilegios a las villas por parte de los reyes para fomentar la repoblación de las zonas conquistadas, provocaron que en nuestras tierras surgiera un feudalismo similar pero a la vez muy diferente del que se daba en el resto de la Europa Occidental. Las características de esta sociedad feudal hispana (guerra continua, razzias árabes, fronteras cambiantes) permitieron la aparición de ciertas particularidades como fueron las formas de vida en la frontera, marcadas por una fuerte militarización de la población y una considerable autonomía respecto al poder real. Y uno de los aspectos más destacables y peculiares de los Reinos ibéricos la componían las milicias concejiles, instrumentos al servicio de la corona y de los intereses de sus ciudades y villas. 



El término milicias o concejos es ampliamente usado por los cronistas para referirse a una sola institución: las fuerzas de combate y defensa conformadas por los habitantes de un núcleo urbano, que convocadas y controladas por el Concejo de la ciudad o poblado, contaba con su propia estructura de mando. Estas milicias debían obediencia a la monarquía del reino, pero tenían una cierta autonomía para iniciar sus propias acciones; esta independencia relativa les venía dada por los fueros y cartas pueblas, aprobadas por el rey, que regulaban a la urbe y sus territorios.

El origen de estos grupos armados se remonta a la tradición germánica previa a la época de las grandes invasiones de los siglos IV y V. Por tradición los hombres libres debían acudir a la guerra, ante el llamado de su rey, aportando sus propias armas, provisiones e impedimenta, estando obligados a permanecer con la hueste hasta el final de la campaña. Para hacernos una idea, este deber general de servir con las armas, común a todos los súbditos, fue recordado por Bermudo II aludiendo a las leyes de Wamba y posteriormente repetido en el Fuero de León (1020). 

En el caso de los territorios cristianos la milicia urbana era reclutada y dirigida por las autoridades locales, basándose en los privilegios concedidos para ello a través de los Fueros, Cartas Pueblas y otros documentos fundacionales. Sus principales funciones eran la construcción y reparación de fortificaciones, vigilancia del recinto y murallas de la urbe, defensa de la ciudad en caso de cerco, y sumarse a las cabalgatas e incursiones en territorio enemigo, cuando así lo ordenasen las autoridades locales. Además debemos agregar a lo anterior, la obligación de unirse a la hueste real cuando el rey así lo solicitase.
El llamamiento a incorporarse a la hueste real, conocido como “fonsado”, si bien en sus inicios era bastante amplio, a partir del siglo XI fue cada vez más frecuente que se impusieran limitaciones al tipo de servicio, la cantidad de hombres y los costos de la campaña. Las dificultades que contar con este tipo de tropas ofrecían eran frecuentemente destacadas por los cronistas, que incluso dejan ver un cierto tono de reproche hacia estos hombres que por haber cumplido su tiempo de servicio foral podían retirarse en mitad de una campaña, pese a que esta pudiese no haber concluido; tal como ocurrió durante el cerco de Úbeda con los concejos de Toro, Zamora, Salamanca y Ledesma.

Pero pese a todas las dificultades y limitaciones que las milicias concejiles podían causar, eran tropas bastantes apreciadas por los reyes castellano leoneses, debido a su experiencia militar, su conocimiento del enemigo y geografía de la zona de conflicto, por su bajo costo (siempre y cuando la campaña no durase demasiado) y por su estado de preparación casi permanente, lo que permitía formar un cuerpo de combate en poco tiempo. Por ello no es de extrañar que algunos concejos se viesen obligados a participar anualmente en expediciones de defensa y hostigamiento, como nos relata la Chronica Adefonsi Imperatoris,respecto a los Concejos de Toledo y la frontera, que debían formar ejércitos continuamente y hacer la guerra a los musulmanes cada año.




Aparte de su servicio en la hueste real, las milicias concejiles eran libres de realizar sus propias acciones de guerra contra los moros, frecuentemente cabalgatas motivadas por el deseo de obtener botín, siempre y cuando estos actos bélicos no fuesen contrarios a los intereses de la corona. Era precisamente esta autonomía, lo que permitía a las milicias contar con bastante especialización guerrera, organización y experiencia que las convertían en tropas imprescindibles pese a sus propias limitaciones. Así, conformaban una fuerza bastante organizada, dividida en las tres ramas militares propias de las unidades de combate medievales, es decir caballeros y hombres montados, ballesteros u arqueros y peones. A los que se deben sumar algunas fuerzas especializadas en materias como reparación de puentes y caminos, construcción de máquinas de ingenio, intendencia... 

Cuando las milicias eran requeridas por el rey para combatir en sus ejércitos, éstas solían sumarse a sus muy heterogéneas huestes, que se componían de hombres de la mesnada real, milicias señoriales, órdenes militares y mercenarios, principalmente. En estos casos lo habitual era que las milicias no se dispersaran entre el ejército, sino que mantuvieran su estructura y mandos integrados, a veces sirviendo como parte de unidades mayores, pero sin fusionarse con ellas. De esta forma los milicianos conservaban su jerarquía, símbolos y banderas, manteniendo así la cohesión típica de las fuerzas compuestas por hombres que luchaban junto con sus vecinos y amigos. 

Una particularidad de los concejos y sus milicias era lo que podríamos llamar su “doble dependencia” es decir su lealtad al rey y a los propios intereses de la villa. Este fenómeno es claramente visible en los periodos de guerra internas que sacudieron Castilla y León durante el siglo XII, donde las milicias de distintas localidades se enfrentaron entre sí en respaldo de su respectivo candidato al trono. 


Para finalizar, hay que destacar que estas milicias no eran consideradas tropas auxiliares o de apoyo, sino que frecuentemente constituían la vanguardia del combate, llevando la parte más dura del mismo, como por ejemplo en el caso de las Navas de Tolosa. 

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