martes, 25 de octubre de 2016

HABLANDO DE DEMOCRACIA, desde Argentina NS

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Tratemos de definir el objeto de estudio siguiendo la etimología del término. Demos = Pueblo, Kratos = Gobierno, así definida, la Democracia sería el gobierno del pueblo. Pero bien es sabido, que una de sus reglas de juego, el sufragio universal, prescribe que, las elecciones las gana el partido que obtenga la mayor cantidad de votos, como tal, la democracia se convertiría así en el gobierno de la mayoría, en el mejor de los supuestos, o de la primer minoría, cuando el partido ganador no alcance aquella meta. Manifiesta incoherencia con el origen etimológico del término. En resumen, la democracia seria el gobierno de la mayoría en el mejor de los casos o, de la primera minoría en el peor de ellos. Intentemos con otra definición, a ver si tenemos mejor suerte. Apelemos a la clásica de Abraham Lincoln: “La democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.
 La primera parte de la afirmación, repite el origen etimológico del término y ya la tratamos. La segunda “por el pueblo” es claramente contradecida por nuestra sacrosanta constitución que afirma “el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes” bueno, en que quedamos ¿gobierna o no gobierna?. 

Ahora si el pueblo es el soberano (la autoridad suprema), como gustan repetir los plumíferos del sistema, ¿los representantes, ante quien nos representan?. La segunda parte de la definición tampoco nos cierra. Por último, nos queda el “para el pueblo”, y en vista de los resultados, nuevamente cabe una pregunta al respecto, ¿Para qué pueblo?. El "pueblo elegido" quizás… Se le atribuye a Borges, desencantado con la democracia, por los sucesivos triunfos peronistas, la siguiente frase: “La democracia es un abuso de las estadísticas”, otros dirían que se convierte en la tiranía del número o la dictadura de las mayorías.

 Cabe reflexionar si la mayoría supone el criterio de verdad. Y la respuesta es un rotundo no. Yo por ejemplo, soy parte de las mayorías que no tiene la más mínima idea de física quántica, o de termodinámica o de biología molecular. El conocimiento es propio de selectas minorías, como tal, la verdad no se relaciona necesariamente con el número. No olvidemos nunca, que la mayoría del pueblo judío, decidió crucificar a Cristo y liberar a Barrabás, un conocido ladrón. Desde aquella época, parece un designio evangélico, las elecciones las ganan siempre, los delincuentes. 

La democracia prioriza el número, la cantidad sobre cualquier otro principio. El ciudadano vale en la medida que significa un voto, independiente de cualquier otra cualidad o dignidad. “Lo mismo un burro que un gran profesor” como reza Cambalache, el inmortal tango de Discépolo. Profundizando el tema, la cantidad es un atributo propio y exclusivo de la materia. En el mundo del espíritu, tal atributo no existe. Por lo expuesto, la democracia es una doctrina de base estrictamente materialista. Tal materialismo en sus principios justifica plenamente, su economicismo y su indiscutida alianza con los poderes financieros.

En la práctica, hace falta demasiado dinero para poder comprar los votos necesarios para ganar una elección. Poco después de ganar el comicio que lo consagrara presidente, le preguntaron a Alfonsin, ¿quien le había financiado la campaña?. A lo que este contestó: “Que esa era una pregunta fascista”. Clara maniobra elusiva, de quien legitimó la deuda externa argentina y estatizó parte de ella. Manifiesta sumisión del “prócer” radical al poder financiero internacional. Otro de los mitos democráticos pretende hacernos creer que el pueblo elige a sus gobernantes, olvidando que, a los candidatos nos los imponen, los partidos políticos. El votante, lo único que hace, es optar entre los postulantes, que se eligen entre ellos en oscuros contubernios de policastros o manejos de logia. Clave en el juego democrático son los partidos políticos. El término partido hace referencia a partir, dividir, fraccionar que es precisamente lo que hacen con la sociedad. Crean muchas veces fracturas en la Nación difícilmente conciliables, mientras que los dirigentes acuerdan entre ellos cargos y prebendas a espaldas del pueblo y los intereses de la Patria.

 Tales partidos son meros engendros ideológicos. Se atribuyen el monopolio de la representatividad y de la participación pública en forma coercitiva. Mientras sus dirigentes solo saben representar a intereses sectarios y apátridas. Los beneficiarios del sistema, políticos, financistas, empresarios, publicistas, etc., adulan al pueblo haciéndolo creer que es el depositario de una autoridad que no tiene, ni ejerce. Adulación ésta, que es la base de la ficción democrática. Piense usted, ciudadano argentino, lo que significa su voto en una elección presidencial, sobre un padrón de 25.000.000 de electores 1/25.000.0000 es decir 0,00000004 % es decir nada. Haga el mismo calculo a nivel provincial y municipal, verá lo insignificante de su participación. Antes de terminar volvamos a ahondar en el tema de la soberanía del pueblo uno de los mitos fundamentales de la religión democrática. Ahora bien, todo soberano tiene súbditos. Si el pueblo es soberano tienen que tener súbditos. ¿Cuáles son sus súbditos? El mismo pueblo. Manifiesta contradicción. Lo cierto es que el soberano es el que ejerce el poder estatal, es decir el gobierno de turno y los súbditos somos los integrantes del pueblo. Más claro échele agua. En conclusión, la democracia se funda en una ficción, una falacia o simplemente en una mentira. Le hace creer al pueblo que, siendo el mismo, el gobernante, es el pueblo el responsable de todas sus desgracias pasadas, presentes y futuras. Mientras, un grupo de inescrupulosos, mediocres y corruptos, se enseñorean en el poder y se eternizan sin solución de continuidad en beneficio propio y de intereses ocultos.

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